INVIERNO
Dicen que versar a la muerte,
es un suicido.
De esos que aprietan la soga al cuello,
y al corazón.
Para mí la muerte no tiene cara,
ni siquiera nombre.
Para mí,
para está cara triste,
ojerosa y casi sin aliento,
la muerte es un soplo de aire fresco.
Vivo en penumbra,
en una habitación plagada de libros
y papeles arrugados.
Sé distinguir un adiós de un para siempre.
Y por eso me atrevo a decir,
que Satán se balancea sobre mí armario.
Mirándome expectante.
No sé me dan bien las conversaciones,
y en eso,
la muerte,
me comprende.
Sabe esperar a que acabe una estrofa
para luego colarse por la rendija de mí alma
y leer el por qué de mis palabras afónicas.
Puede que suene terrorífico,
incluso perturbador
pero para alguien como yo,
no está mal la compañía.
Las rosas negras me susurran que,
por cada pétalo y cada espina,
sería un día menos.
El frío me consume,
y con ello,
la soledad y la tristeza,
¿es mí corazón que se para o la vida qué muere?
No existen los versos fáciles
ni la vida eterna,
pero hay palabras que no se consumen,
ni siquiera la muerte
puedo arrojarlas al séptimo círculo del Infierno.
Los tatuajes me recorren la piel,
y entre ellos,
hay un símbolo de dolor,
que marca el tic-tac del viento.
Hay brújulas que me llevan
pero ninguna sabe bien,bien
hacia donde voy.
El fuego,
y la pólvora me consumen.
Y yo,
me sumerjo,
alzo al cielo los pedazos de mi corazón.
Aida Santos Parra