jueves, 20 de agosto de 2015

ACERO


ACERO

El bolígrafo es la espada
y mi pecho,
el papel.
Cuando me dispuse a escribir mi historia
en el corazón,
el frío metal me clavé.

Porque me dolía el corazón
tanto como mi propia vida.
Estaba harta de ser la basurera
de mi propia bomba sanguínea.

Recogiendo cachos
un día sí
y al otro,
también.

No tuve otra alternativa
al verte queriéndome
pero sin querer dejar ir
a aquella musa
que ahora es tu tormento,
tuve que morir
para que te dieras cuenta
de que sin ti
no se escuchan mis latidos.

Cuando ya te has ido,
cuando empieza la siembra del olvido
es cuando el amante
se da cuenta de que te ha perdido.
Y que el amor que antes no te daba
segará ahora el arrepentimiento en su alma.

No lo hice para atormentarte
pero si para escandalizar
a tu estupidez,
esa que me quería
pero que jamás me lo hizo saber.

Y ahora llorarás
rememorando mi sonrisa
esa que te enamoraba
pero no apreciabas.

Y seguirás avistando
la estela que dejé al irme,
en cada pliego de la sábana
y en cada reproche triste,
esos que te gritaba
pero que tu nunca oíste.

Tenías un corazón
en reparación entre tus manos
y una explosión
entre cojones,
mente
y alma.
Y decidiste que dejarme en un cajón
lleno de notas tristes
era para nosotros lo mejor.

“Que no se dará cuenta”-sintió su vanidad.
Y mi alma astuta,
murió para darle a entender
que no le tengo miedo a Cerbero
y que su ceguera por aquella musa
sin nada le dejaría,
solo el recuerdo de la gilipollez.

Qué mejor que acabar la poesía
con el eco de la risa,
esas que me echo en casa de Lucifer
mientras tu lamentas la pérdida
de esa que te quiso
pero tu no dejaste querer.

Saquemos moraleja
de la entraña de aquel viejo corazón:
“con las mentiras la gente cree ir lejos
pero ahora el que se ha ido,
ha sido mi corazón.”
Y me has perdido.

Aida Santos Parra


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